domingo, 4 de febrero de 2018

POR QUIÉN VOTAR

UAN CARLOS LÓPEZ CASTRILLÓN
Juan Carlos López Castrillón

El próximo 11 de marzo escogeremos a nuestros representantes en el Congreso de la República. Es una elección cargada de significado por las circunstancias que vive el país y en buena parte, ligada a la de Presidente, seguirá definiendo la suerte de Colombia, especialmente en lo que tiene que ver con la forma como se maneje la etapa del Posconflicto y el modelo de desarrollo que necesitamos para saber si la siguiente generación supera el subdesarrollo.
Quiero iniciar recordando que el objetivo principal de tener en el inventario un Congreso, es el de articular a la estructura del estado un sistema de pesos y contrapesos dentro de un aparato legislativo, expresado en dos cámaras, la de Representantes y el Senado.
¿Qué significa esto? Que los congresistas deben hacer control político y legislar, esa es su esencia, en teoría. Que pasen otras cosas es culpa nuestra. ¿Por qué? Porque ya sea desde la complicidad de “vender” el voto (o intercambiarlo por cualquier cosa), la irresponsabilidad de votar por quién el cacique de turno nos indica o la indiferencia de no votar, ayudamos a que se siga reproduciendo el sistema fallido de hace tantos años.
Por eso al momento de elegir, el principal elemento debería ser el repasar lo que ha hecho un parlamentario durante el anterior periodo (o los muchos anteriores), sus posturas, sus debates, sus logros; y si no está actualmente en el Congreso, preguntarnos qué tan confiable es esa persona que está en un afiche y que nos pide que le entreguemos nuestra representación, porque eso es lo que hacemos al momento de votar, delegamos en un tercero nuestra vocería.
Para ayudar en este ejercicio quiero traer a colación una excelente pregunta que vi en una de las encuestas publicadas la semana pasada: ¿a quién de las siguientes personas le entregaría usted las llaves de su casa? Porque eso es lo que hacemos políticamente al delegar la mencionada vocería y representación, estamos entregando nuestras llaves para que decidan a través de leyes y controles los COMOS.
Por ejemplo: el cómo funciona la salud, que se hace para generar empleo, cómo se castiga a los delincuentes, cuánto se invierte en educación, cómo se eligen los jueces, cómo se distribuye el presupuesto para las regiones, para señalar sólo unos temas básicos. Eso es lo que deberían hacer los parlamentarios y por eso, repito, deberíamos respondernos esta pregunta esencial ¿a cuál de esos señores de los afiches le vamos a entregar las llaves de nuestro futuro?
Infortunadamente no es obligatorio el voto por listas cerradas, modelo en el que se posibilita darle un mayor contenido ideológico a este tipo de elecciones, puesto que ahí estamos delegando en un partido – y no en una persona – por lo cual es más fácil pedir resultados y determinar responsabilidades.
La selección de los congresistas se convirtió por lo tanto en una actividad de microempresas electorales, en donde pesa en forma enorme la financiación y el respaldo de los puestos y contratos. Esa es la realidad, con muy contadas honrosas excepciones.
Hace unos meses un grupo de amigos me propuso que presentara mi nombre como candidato al Senado y ellos mismos me hicieron el balance de las debilidades y fortalezas que podría tener en un proyecto de esa naturaleza, igualmente mencionaron las cifras que tendría que gastar, las de verdad, no la de los topes ingenuos que regula la ley.
Desde el punto de vista económico era y es un despropósito invertir centenares de millones de pesos, o más, para tener una curul y cumplir con el cometido mencionando de legislar y controlar. A menos que el propósito sea otro, este factor hace improcedente la democracia representativa. Por eso quizás se hundió la reforma política que traía más vigilancia sobre este punto. Mientras no cambie el mecanismo de financiación de los partidos y los candidatos, seguirá sonando la misma música para que bailen las mismas con los mismos.
Entonces, se termina votando o por conocidos, o por referencias, o por retribuir un favor,  a veces por regionalismo, y también tristemente, en muchos casos, se vota a cambio de unos pesos, o de un puesto prometido (lo tuyo va bien). Debemos ir más allá, el voto tiene que ponderarse como un premio, como un reconocimiento a una hoja de vida, a unas propuestas, a unas ejecutorias y a una actitud.
Soy un optimista de la vida y por eso creo que todo puede ser mejor, que las cosas pueden cambiar, que hay que intentarlo, que en estas circunstancias se puede votar bien, que la gente no debe ni puede vender su voto y que a veces se nos presentan oportunidades para darle un nuevo rumbo a nuestras vidas colectivas.
En el fondo quiero dejar de añorar a los dirigentes de antes. Soy un enamorado de la historia, especialmente de la nuestra, pero cada que termino un libro me queda una gran melancolía por el tiempo que estamos perdiendo.