martes, 5 de febrero de 2013

La columna de Lucy Amparo Bastidas


LUCY AMPARO BASTIDAS PASSOS 

Herta Müller más que peluquera

Herta Müller, rumana, Nobel de Literatura 2009, quería ser peluquera de jovencita. Ella no se había preocupado por la literatura hasta que las huellas dejadas por el régimen absolutista de Rumania, por 30 años, donde vivió y trabajó, la llevaron a escribir la realidad de su país, en la novela ‘En tierras bajas’, casi autobiográfica, publicada en Alemania en 1984.  

Vi a  Herta Müller por el Canal institucional colombiano en enero de 2013, quien fue invitada al Hay Festival de literatura en Cartagena. Una delicia escuchar a destacados escritores de ese evento. Me llegó al alma Herta Müller, con su estilo muy suyo, cabello corto negrísimo, ojos verdes inmensos, sonrisa casi ausente, muy rumana, casi alemana. Se expresa y piensa como mujer, y así escribe. 

Ha escrito más de 20 libros, y ha obtenido casi igual número de premios. Es directa, escribe con frases breves, cotidianas, evade los adornos creando paradójicamente un clima poético y evocativo. 

El aislamiento en que se encuentran los países llamados de Europa Oriental, que uno a duras penas ubica en el mapa, repercute en que sus artistas no sean conocidos en el resto del mundo. Para muestra en Bogotá, no obstante que Herta antes del Nobel había obtenido otros galardones, sus dos novelas principales traducidas al español, ‘En tierras bajas’, y ‘El hombre es un gran faisán’, dormían en el sótano de saldos.

Herta Müller se exilió en Alemania. Contó que en su niñez  hablaba con las vacas, conversaba con las plantas, las tocaba, olía, probaba, les ponía nombres y les hacía rituales de casamientos. Decía cuáles eran alegres, cuáles tristes, cuáles dominantes, encopetadas, propias de los gobernantes, cuáles sencillas, pertenecientes a gente común. 

Habló sin dramatismo de los pavores vividos a causa de la religión católica, con esa costumbre terrorífica de ir a confesar ‘los pecados’ de una niña de 6 ó 7 años, que al no poder precisar preguntas casi morbosas (digo yo) del curita en el confesionario, terminaba en una sarta de mentiras infantiles involuntarias. 

Era una prisión, un tormento cotidiano, bajo el ojo de Dios, mirándolo todo, juzgando y señalando culpable al ojo infantil que ‘pecaba’ porque vio una gallina apareándose, o un almanaque con una señorita de prudente escote en la década de los 50s.

Esas vivencias religiosas de Müller en un entorno de dictadura comunista en Rumania, millones de niñas y niños, lo vivimos en Colombia, bajo una seudo democracia secundada por la Iglesia católica y sus imposiciones, que ahora por fortuna tal como lo hizo y dijo Herta Müller: “dejé a Dios que haga lo que Él quisiera, y yo también hago lo que quiero”.

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