IncertidumbreGloria Cepeda Vargas
Con este rótulo
intento hermosear el escenario donde
Venezuela se encoge y se desdobla. El “perraje”, como llaman por aquí a los
ciudadanos de a pie y hasta la crema y nata no chavista, ignoran quién tiene la
sartén por el mango. Hace casi dos meses Hugo Chávez partió por última vez a La
Habana y desde entonces solo hay reportes acerca de su estado de salud, tele o
radio transmitidos por Maduro, Diosdado, Elías Jaua, Canciller de la república
o Ernesto Villegas, Ministro de Información y Comunicaciones. Dos puntales
intentan sostener este edificio que amenaza con venirse abajo: Nicolás Maduro,
vicepresidente y gobernante encargado y Diosdado Cabello, presidente de la
Asamblea Nacional.
Lamentablemente
para ellos, carecen del gancho que utilizaba de maravilla el último inquilino de
Miraflores. Chávez era ignorante pero memorioso, ordinario pero impregnado de
pies a cabeza con una desmandada mezcla de rumba, gracia orillera y osadía nunca vistas en
ninguno de los Carlos Andreses, Lusinchis o Calderas que lo antecedieron. Para esa
bandada desplumada, para ese 52 o 53% por ciento de habitantes de quebradas y cerros,
era padre, hermano,
amigo, confidente, compadre,
llave, vale, promesero fallido pero esperanzador. Realizó lo que no pudieron
hacer ni las invasiones de los andinos, el
terremoto de los sesenta o el deslave
del 99: atornillar el pueblo en dos orillas irreconciliables descoyuntándole el cerebro y el alma. La
polarización de esta sociedad, cordial y solidaria antes de su llegada, es su
única obra hasta ahora perdurable. Familias enteras divididas, amigos perdidos,
chiquillos que repiten como loros lo que
dicen las cartillas bolivarianas, adolescentes de un solo ojo, es decir, ciudadanos en agraz sin más noción de gobernante
que un mestizo de boina roja y chaqueta
tricolor protagonizando desfiles
militares y saraos vocingleros durante catorce años de sus vidas.
Caracas es la
segunda ciudad más violenta del mundo. Las noches caraqueñas dan miedo. Sesenta
o setenta asesinados cada fin de semana solo en Caracas, dan fe en la Morgue de
Bello Monte del tenebroso son. La bicefalia protagonizada por Maduro y
Diosdado, descontrola a un pueblo que oscila entre la adoración y el odio.
Maduro anda ya en campaña presidencial. Más chavista que Chávez, procura
emularlo sin conseguirlo. Ayer nos embutió ¡tres cadenas por televisión en dos
horas! cuatro quintas partes de sus arengas son patética exhibición de sosería e indotación
mental. A Diosdado se le escapa hasta
por los poros un mefítico olorcillo de cuartel. Ex militar, encarna uno de los
más desapacibles ciudadanos de la otrora Sultana del Ávila. Así vamos ¿o
venimos? ¿o como decía un presidente venezolano ya difunto: “ni lo uno ni lo
otro sino todo lo contrario”?
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