LAS PANDILLAS
MARCO ANTONIO VALENCIA CALLE
La única pandilla buena que conozco es la de los
boy scout. Un grupo de muchachos de la misma edad que se reúnen para aprender
jugando, a disfrutar de la naturaleza y divertirse sanamente a través de ritos,
ceremonias, cantos y acciones sociales positivas que ayudan a formar carácter.
Una organización mundial que logra incentivar el liderazgo, la amistad y el
asombro entre los jóvenes, desde hace más de cien años.
Pero las otras, las que se forman en los
barrios, las que tienen nombres rimbombantes, jefes de cuatro en conducta, y se
la pasan craneando maldades, no son buenas. Y no producen admiración, sino
miedo.
Es para llorar cuando los papás pierden el
respeto de sus hijos, y no logran que sus muchachos les hagan caso y comienzan
a vivir por ellos mismos en pos de una pandilla. Grupos barriales que se reúnen para matar el
tiempo desafiando la sociedad que los ha visto crecer asumiendo todos los
vicios imaginables: tabaco, alcohol, mariguana, daños a bienes públicos y
privados; uso de armas, violaciones, atracos, vejaciones y atropellos…
Y es triste, muy triste ver a unas niñas de
once o quince años andar a media noche con una manada de cafres vestidos de
negro con cigarrillo en mano, los ojos rojos, y semiborrachas… Y uno se pregunta, ¿dónde carajos están los
papás? ¿Cómo es posible que un papá permita que sus hijos vistan así y anden
por la calle como delincuentes buscando a quién hacerle el mal…? Pero ahí están.
Allí pasan. En la esquina, debajo del puente, en la calle, fumando, bebiendo, embarazándose.
La vida fácil, el dinero fácil, la irreverencia
grosera, el irrespeto a todo por nada, son las consignas de las pandillas. Niños pobrecitos victimas de traquetos de
barrio que los ponen a consumir drogas, de vividores de medio pelo que los
manipulan de la manera más simple y tonta… y ellos allí, con sus viditas inocentes
y mediocres buscando la infamia, la herida, la muerte misma.
De las pandillas salen los sicarios, las
prostitutas, los proxenetas. De las pandillas nacen los ladrones, los guerrilleros,
traquetos y paramilitares. Salen los miles de niños violados y la mar de jóvenes
acuchillados o abaleados por disputas estúpidas.
¿Y dónde están los papás? ¿Es que no saben que
sus hijos llegan oliendo a cigarrillo? ¿Es que les parece normal que sus hijos
lleguen a dormir a la madrugada? ¿Es que les parece normal que a los once o
trece años, sus hijos tomen trago?
Aquí, los malos son los padres incapaces. Aquí,
a quien hay que castigar son a los padres permisivos. Aquí a lo que hay que
meter a la cárcel es a los padres mediocres y descuidados; porque el problema
de las pandillas no es culpa de los niños que “adolecen” de criterio; sino de
los adultos incapaces de ofrecerle mejores alternativas de ocio, y uso del
tiempo libre a sus hijos. ¿Y el gobierno?
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