jueves, 14 de marzo de 2013

EL VERBO, COLUMNA DE RODRIGO VALENCIA


EL VERBO, LA PALABRA ORIGINARIA

Rodrigo Valencia Q – Donaldo Mendoza
Especial para Proclama del Cauca

R: —Se la repito, porque siempre la recuerdo, me obsesiona esta cita del Apocalipsis: “Hizo que a todos, pequeños y grandes, ricos y pobres, libres y siervos, se les imprimiese una marca en la mano derecha y en la frente, y que nadie pudiese comprar o vender, sino el que tuviera la marca, el nombre de la bestia o el número de su nombre”

D: — ¡Qué fuerza, qué actualidad... tiene esa frase del Apocalipsis!

R: —La fuerza y el poder de la pureza.

D: —Es una buena razón para volver a leer ese libro, con mayor atención y paciencia.

R: —Es para mí el libro más misterioso, interesante e incomprensible de la Biblia. No tenemos las claves para interpretarlo correctamente y, alegando como los cabalistas, es un texto hermético en el verdadero sentido de la palabra, "sellado con siete sellos, para los fines del Señor", como dice otro libro sagrado.

D: —Así es. Cuando lo leí, hace tiempos, quedé con una sensación de inferioridad: incapaz de entender la mayoría de cosas que allí se decían. Como si lo hubiese leído en una lengua desconocida.

R: —Es lengua desconocida, cabalística, mística por excelencia; y para evitar que la iglesia lo alterara, el inteligente Juan puso al final unas cuantas maldiciones a quien se atreva a cambiarle algo.

D: —Jajaja. Más que inteligente, astuto; o las dos cosas.

R: —Admiro a ese hombre; creo que fue realmente el único discípulo que desentrañó cabalmente las enseñanzas del maestro; el "iniciado" en sumo grado. Si se mira bien, Cristo, en su libro profético, no es un personaje de la historia sino el dios, la divinidad interna en cada uno, "aquél a quien hay que adorar en espíritu y en verdad".

D: —De acuerdo. El cuarto evangelio es el teológico por excelencia. Deja de ser historia, es mito glorificado.

R: —El cuarto evangelio es la historia secreta que nadie conoce porque nadie la ha vivido. El evangelio del misterio del Verbo encarnado. "Se hizo carne", que para mí quiere decir: el espíritu se hizo materia en toda cosa y en todos y cada uno de nosotros (primera instancia); después (segunda instancia) hay que "encarnar" esa divinidad en nosotros, descubriéndola, viviéndola, hasta que, en lenguaje de San Juan de la Cruz, el alma se "diviniza". Pero esto no es para las multitudes sino "para los pocos".

D: —Caramba con esos pocos. También la buena literatura es elitista.

R: —No considero el Apocalipsis de San Juan literatura; es Sabiduría escondida, de la Inefable.

D: —Aunque no fue eso lo que quise decir, aprovecho para decirlo: es, el evangelio de Juan, de la más alta literatura. Sólo los textos literarios pueden trascender y resistir el tiempo.

R: — "La más alta literatura". Toca la cumbre, de donde no se vuelve a bajar; incluso, se dejan atrás las palabras y los mundos. Desde allí escribió "el discípulo amado de Jesús".

D: —Así es. Ya es una realidad hecha de verbo, de lenguaje, de espíritu.

R: —El Verbo, la Palabra, nacida desde la fuente. No es la palabra vulgar; es la Palabra Originaria.

D: —Quizá no se le ha puesto suficiente atención a este asunto. El autor y su biografía van desapareciendo, en proporción inversa a como crece el espíritu que nace del lenguaje, la palabra, el verbo. Cervantes cada día existe menos y don Quijote cada día es más realidad. Al menos para los niños que empiezan escuela sólo pueden dar cuenta de don Quijote y su escudero. Y por supuesto Dulcinea es mucho más mujer que nuestras reinas de belleza.

R: —Creo que nunca desaparecerá San Juan; me parece que el Verbo, Dios, están bajo la fama de su discurso teológico. Me acabo de dar cuenta de que los autores sacros adquieren supremacía sobre el tema que tratan; por ejemplo, se dice: San Pablo dice de Dios tal cosa... Eckahrt tal otra, Boheme considera... etc., etc. El Verbo son ellos expresando su naturaleza particular. De ahí que tengan autoridad para llevarnos con sus consideraciones y enseñanzas.

D: —La biografía de Juan no nos interesa en lo mínimo. Los exegetas bíblicos dicen que Marcos, Lucas, Mateo y Juan no corresponden a personas particulares, que simplemente son nombres comunes de la época que se usaron para darle nombre a cada evangelio. "San Juan dice que..." es una muletilla para darle "credibilidad" y autoridad a eso que se va a decir; por la misma razón que no se cita a autores muy jóvenes cuando queremos apoyar un argumento. Yo suelo citar a Agustín con aquello de "Señor, hazme casto, pero no demasiado pronto". Ni siquiera sé a ciencia cierta si eso es de Agustín, ni siquiera he leído a Agustín.

R: —Sí, esa cita es de San Agustín, en Las Confesiones. En cuanto a que los evangelistas no son tales sino nombres "simbólicos", parece que es cierto; pero eso no quita la importancia que adquirieron esas "personas". Toda historia necesita un nombre, y si es el de alguien, mejor, para ser más creíble.

D: —"Confesiones" que en muchos momentos debieron ser confusiones.

R: —No, ya ve; es un libro preclaro y hermoso, autobiografía; pero yo prefiero y leo más otras obras suyas: Meditaciones, Soliloquios, Manual y Suspiros. Los leo, los vuelvo a leer; tienen gran poder sobre mí, me atraen con fuerza especial.

D: —El autor queda disuelto en el lenguaje, en el Verbo. Por ejemplo, hablando de sus personajes, Marguerite Yourcenar distingue la persona y la sustancia. Ella está en la sustancia, no en la persona ("Yo no soy Adriano"). Y luego confiesa: "Cuántas veces, por la noche, y al no poder dormir, he tenido la impresión de tender la mano a Zenón, que descansa de existir acostado en el mismo lecho (...) Este ademán físico de tenderle la mano a ese hombre inventado lo hice más de una vez. Añadamos enseguida para los imbéciles que leyeran esta nota que, si bien contemplé a menudo a mis personajes haciendo el amor (y a veces con cierto placer carnal por mi parte), nunca se me ocurrió imaginarme uniéndome a ellos. Uno no puede acostarse con una parte de sí mismo".

R: —Dios queda disuelto en sus obras; por eso nadie lo conoce. Ellas lo tragan, lo tornan incognoscible. Dios es el gran desconocido.

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