HORACIO DORADO G.
horaciodorado@hotmail.com
Setenta años no son nada
Nunca he mentido sobre mi edad, y
ahora no puedo
esconderla porque mis canas me delatan, ambas las merezco
¡No tengo por qué ocultarlas!
Los miles de gratos recuerdos que he ido atesorando llenos
de energía, con la cabeza funcionando a la perfección,
me hacen hoy más feliz con la llegada de ese cumpleaños.
Equivocados quienes piensan que ancianidad es
sinónimo de infelicidad.
El ciclo de vida no es la montaña con el descenso en picada, sino la “U” en la que hay un cambio de rumbo hacia arriba.
De allí en adelante todo es utilidad, porque para los vejetes
la expectativa es cumplir más años y eso genera mucha tranquilidad, mientras que los jóvenes están empezando a vivir
por eso viven ansiosos.
Se es más feliz pensando que se acerca a la muerte.
Los viejos tenemos más claridad que los jóvenes del tiempo
que nos queda de vida,
por ello vivimos mejor el presente.
Somos felices porque nos agrada oír la música
de bambucos, pasillos, torbellinos, bundes
esconderla porque mis canas me delatan, ambas las merezco
¡No tengo por qué ocultarlas!
Los miles de gratos recuerdos que he ido atesorando llenos
de energía, con la cabeza funcionando a la perfección,
me hacen hoy más feliz con la llegada de ese cumpleaños.
Equivocados quienes piensan que ancianidad es
sinónimo de infelicidad.
El ciclo de vida no es la montaña con el descenso en picada, sino la “U” en la que hay un cambio de rumbo hacia arriba.
De allí en adelante todo es utilidad, porque para los vejetes
la expectativa es cumplir más años y eso genera mucha tranquilidad, mientras que los jóvenes están empezando a vivir
por eso viven ansiosos.
Se es más feliz pensando que se acerca a la muerte.
Los viejos tenemos más claridad que los jóvenes del tiempo
que nos queda de vida,
por ello vivimos mejor el presente.
Somos felices porque nos agrada oír la música
de bambucos, pasillos, torbellinos, bundes
rasgados en un buen tiple y una bien tocada guitarra.
No importa que para sentarnos pidamos a los nietos ayuda
para cruzar las piernas.
Ni que en una rumba en el jardín, nos interesen más las
flores y las matas, convertidas en la
parte más importante de la fiesta.
Ni que buscando en la radio la estación movamos el dial hasta
encontrar no la música más suave, sino las
noticias y que si nos quedamos dormidos con la radio
encendida, la familia se preocupe tanto,
hasta creer que podamos estar muertos.
Nos agrada que la EPS que nos paga la mesada nos mande
mes a mes un calendario de cortesía haciéndonos
firmar el recibí.
Que en las cafeterías nos quejemos de su gelatina
por ser muy dura.
Que el sillón de la casa tenga más opciones que salir en automóvil, porque ni a pie lo hacemos por el temor de los varios intentos
para tratar de pasar de un andén a otro.
Que nos cansemos caminado las escaleras hacia abajo, llegando
a la conclusión de que el peor enemigo es la gravedad.
Que cuando empezamos las oraciones lo hagamos diciendo:
"En esta época..."
Que volteemos a ambos lados antes de cruzar un salón.
Que el número de la licencia de conducción tenga dos dígitos
y el de la cédula de ciudadanía seis.
Que cuando nos llaman por teléfono a las 8:00 de la noche,
nos pregunten ¿Te desperté?
Que no importa que nuestra boca
prometa cosas que el cuerpo no puede cumplir.
Que al preguntarnos el mesero cómo queremos la carne:
tres cuartos o medio, contestamos: "molidita".
Que nuestros juguetes de la infancia sean hoy de museo.
Que la ropa que guardamos hace años, ahora esté
de moda otra vez.
Que todas las películas clásicas y favoritas hayan salido a color.
Que ahora nos salga más pelo en la nariz y en las orejas que
en la cabeza.
Que el auto que compramos nuevo, ahora sea
de colección.
Finalmente, no importa que ahora estemos en la edad de las
tres “P”: pantuflas, periódicos y pedos.
Civilidad: Edad dorada en la que nos sentimos jóvenes,
pero más usados.
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